viernes, 4 de abril de 2008

MICRORELATO

“Tengo manías. Nada sencillo como levantarse con el pie derecho o cuidarme de no pisar las juntas de las baldosas. Son manías “tope de gama”. Una chuchería.
Cada mañana, religiosamente, suicido alguno de mis sueños. O sueños ajenos, tanto da. Suelo hurtarlos, otra manía. Los suicido en el lago del Parque del Retiro. También colecciono palabras a gritos. Las tengo cuidadosamente etiquetadas en tarros de cristal con tapón de colores. Amarillo, rosa, violeta y ese tono que ni es verde ni es azul. También subrayo minúsculas y recorto mayúsculas. Así me aficioné a los titulares. Los colecciono. Las mayúsculas me parecen tan eróticas… Quizá por eso terminé aquí, en mitad del todo blanco. Con los brazos contra los costados y ocho lazos inmaculados a la espalda. Por las mayúsculas. Por recortarlas. Pero eso, antes, nunca había sido malo. Deberían avisarlo con carteles, igual que advierten de no pisar el césped o exigen precaución con los detergentes con lejía. Pueden ser muy puntillosos cuando quieren. Yo tengo decenas de cajas en casa. Cientos. Todas con mis mayúsculas en orden alfabético. Todas ordenadas cronológicamente, por tamaños y texturas. Todas únicas y expresamente escogidas. Y nadie nunca dijo nada al respecto. Manías, decían. Si señor, manías. No hacen daño a nadie. Las letras son de todos. Yo solo recorto las que me gustan. Con tijeras de cocina sin punta para no lastimarme. La última el sábado en el parque. Una X. La llevaba una joven vestida de amarillo. Brillaba grande y azul en su cuello.”